Por Variety
JULIO 14, 2021
Mientras el mundo tambaleaba por la pandemia, Neon invitó a siete directores a compartir sus miradas desde los lugares donde quedaron confinados.
¿Qué hiciste durante la cuarentena del 2020? ¿Te dejaste crecer la barba? ¿Hiciste pan? ¿Escribiste la gran novela americana? Para aquellas mentes creativas, el encierro hizo que tanto las presiones para adaptarse como las limitaciones se sintieran gigantes.
“El año de la eterna tormenta”, estrenada en Cannes 2021, nace a raíz de esas reacciones aparentemente contradictorias: expresarse a sí mismo o refugiarse al interior y esperar a que todo pase.
La película nace con el objetivo de empoderar a siete directores de distintos rincones del planeta durante la gran ola de incertidumbre y miedo que trajo consigo el año 2020, para que hagan lo que mejor saben hacer: películas. Así es como, mientras el mundo estaba en cuarentena, este proyecto colectivo logró algo notable al entregarle la oportunidad de desbloquear la imaginación a un gran rango artistas que van desde Jafar Panahi hasta Apichatpong Weerasethakul.
Pahani, quién se sumó tempranamente al proyecto y también fue su productor ejecutivo, no es ajeno a grabar en condiciones restrictivas. Su film seleccionado en Cannes 2012, “Esto no es una película”, fue grabado mientras cumplía arresto domiciliario en Irán. “Life”, su segmento en esta nueva película, también retrata su apartamento en Teherán y a su mascota Iggy, una iguana que presiona su cara contra la ventana y, al ver los huevos de una paloma al otro lado, se lame los labios. (¿Las iguanas tienen labios?)
El proyecto se gestó con un puñado de productores estadounidenses que propusieron una serie de restricciones al estilo Dogma 95, como, por ejemplo “el rodaje se limitará al lugar de cuarentena del director”, “los cineastas no podrán grabar en espacios públicos” y “props, accesorios, vestuarios y equipos de producciones se limitarán a los que se encuentran en el lugar”. La creatividad a menudo prospera dentro de las limitaciones y la entrada de Pahani refleja la adhesión más literal posible a aquellas, incorporando elementos a su obra como videollamadas con su hija y la visita de su hilarante y muy cautelosa madre, quién llega armada de desinfectante y vestida de pies a cabezas con un equipo de protección completo.
Las audiencias aceptan los sucios resultados digitales de Panahi, quién solo a través de cámaras básicas ha podido avanzar en su trabajo durante el período de persecución política, pero también ha sido un alivio que los otros directores hayan torcido de alguna manera las reglas. En cuarentena en Tongzhou, China, el cineasta singapurense Anthony Chen (“Wet Season”) ofrece una cápsula del tiempo: un retrato de cómo las familias vivieron la pandemia a través de la observación de un matrimonio y de su pequeño hijo en los primeros días de la pandemia.
Aislándose en su pieza, la esposa (Dongyu Zhou) intenta enfocarse en su ocupación como vendedora telefónica, mientras que su esposo (Yu Zhang), recientemente desempleado de su trabajo de vendedor de autos, ya que sus clientes no necesitan transporte, lucha por ser útil en el hogar. Tal como en su ópera prima ganadora del premio Camera d’Or, “Ilo Ilo”, el director Anthony Chen ágilmente alterna entre las distintas perspectivas de los integrantes de la familia, incluyendo la mirada del adorable hijo (Xiahao), quién no entiende porque no puede salir.
Con una duración de tan solo 10 minutos, el segmento del cineasta de Los Ángeles, Malik Vitthal, “Little Measures”, responde a una crisis completamente diferente: el recordatorio que el COVID-19 no fue el único reto que el mundo sostuvo durante el año pasado. Una extensión natural del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan), en el que un padre afroamericano no puede visitar a sus hijos, como resultado de la ley y no del COVID-19. Este collage multimedial combina elementos de distintas fuentes, mezclando material de cámaras del celular con animación, música y grabaciones de voz en off.
Como si las audiencias necesitaran aún más de que preocuparse, aparte del COVID-19, Poitras y su equipo ven un “virus” mucho más insidioso en la capacidad de los gobierno para manejar la violencia digital. Si bien la contribución de Poirtras demuestra que las personas diligentes están haciendo un trabajo muy importante durante la pandemia, su segmento tiene un tono mucho más oscuro que el resto de sus cortometrajes, los cuales, en su mayoría suelen terminar abruptamente, exigiendo un poco de tiempo para digerir, lo que este formato no necesariamente permite.
Que la directora chilena Dominga Sotomayor con su segmento “Sin Titulo, 2020” venga después, es un alivio. Envuelto en una deliberada bruma café opaca -el equivalente visual a como se ve el 2020 para muchos-, esta entrada relativamente casual demuestra otra forma en la que los artistas se adaptaron a la cuarentena, finalizando con una performance musical al estilo Zoom, en la que distintos cantantes grabados en aislamiento, logran armonizar para ser parte de un coro virtual. Anteriormente en el segmento, Sotomayor transgrede las reglas (“los espacios públicos” están prohibidos por los productores del film), al enviar a una madre y a su hija a un ciudad casi desierta para celebrar un baby shower espontáneo y con distancia social.
En contraste al largamente retrasado entierro representado en su obra previa “Los amantes de Texas”, el segmento “Dig Up, My Darling” del director David Lowery, logra funcionar como una pieza que evoca a su película del 2017, “Historia de fantasma”. En algún lugar de Texas, una mujer (Catherine Machovsky) con mascarilla facial recupera una caja de cartas de una bodega. Mientras conduce, un hombre con un profundo acento sureño lee las antiguas páginas, las que describen una tragedia familiar que ella busca corregir, esto requiere encontrar una tumba improvisada por una crisis diferente. Nos podemos preguntar: ¿quién atenderá a los cadáveres del coronavirus? ¿cuánto tiempo llevará hacer lo correcto por todas las vidas perdidas?
Has leído hasta aquí para descubrir el desafío que acometió el ganador de la Palma de Oro, Weerasethakul. Lo mejor es dejar ese descubrimiento a las audiencias, ya que al hacerlo no se honraría su contribución. El segmento “Night Colonie” combina fragmentos de un verso con una habitación vacía (¿lo está?), dirigido por este poeta-director tras “El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas”. Uno podría preguntarse: ¿cómo visualizamos a un virus? Cambia la escala y aquello que no podemos (o elegimos no) ver se hace evidente.
Más una instalación artística que un cortometraje, el segmento del director tailandés es modesto pero fascinante y podría leerse como una metáfora del aislamiento o contagio. O quizás es sólo un breve respiro del agotamiento que ha significado estar asilados y atrapados en nuestras propias cabezas durante este largo año. En ese sentido, eso es lo que ofrecía cualquier película vista durante la cuarentena, y aquí tenemos siete vías de escape, cada una de las cuales nos vuelve a conectar con un mundo inevitablemente transformado por la pandemia: un mundo donde el arte sigue vivo.